Paseaba por las calles de aquel pueblo que olía a ruido de agua, a verano y a los secretos que guarda el musgo en los rincones y escuché un "habíaunavez".
Y este aviso interestelar me sirvió para tener ahora en los bolsillos una historia guardada para contaros.
Así que, con o sin permiso de autor, os contaré que había una vez una niña espectacular, y no porque tuviese un hermoso y enorme culo, sino porque sabía hacer cosas grandiosas.
Era una niña peculiar. Era alérgica al azúcar; cuando lo comía, ya fuese chupándose el dedo tras recoger la substancia grano a grano o vaciándose directamente la azucarera por el orificio bucal, estornudaba azúcar "glas".
Por ese motivo, la llamaban de todos los colegios para que hiciera la nieve en los teatros de invierno, y todos los pasteleros de la provincia tenían su dirección apuntada en sus raídas y valiosas guías de contactos.