domingo, 30 de mayo de 2010

Y a tí... ¿qué te gusta?


Cuando intento conocer a alguien en mayor profundidad (si hombre, zambullirme en sus ojos y nadar a braza por su esófago) me gusta hacerle esta pregunta. Así, abierta, sin acotar sus exquisiteces o su mediocridad a un campo semántico determinado. Nosotros, terrícolas cretinos, siempre tendemos a meter en pequeños círculos cerrados las cosas, a sectorizar la vida para que sea más fácil sobrellevarla.

Y por eso, es muy frecuente que me respondan: - ¿Qué me gusta de qué?

Cuando esto ocurre, intento que no cunda el pánico, intento no catalogar de forma cretina a un terrícola cretino como yo, así que, le extiendo la baraja de las oportunidades para que elija la carta que él o ella prefiera y le dijo: - En la vida, en tu vida, en general.

Este es el punto de inflexión, el momento clímax, el instante en el que un poco de eternidad viene a fecundar el tiempo o el segundo en el que piensas que una retirada a tiempo es siempre una derrota.

Me gusta que a la gente le guste cosas peculiares, pequeñas cosas, cosas inconexas o cosas inventadas, y que exprese sus preferencias como cuando uno explicaba con 3 años que un montón de garabatos era el circo de Dumbo: - Mira, aquí esta el ratón que está hablando con Dumbo, que es éste de al lado. (Estoy convencido de que lo ve perfectamente, porque es el dibujo más guai de todos los de su edad).


También me gusta cuando la gente toma carrerilla, una vez que empieza y comienza a regurgitar armoniosamente sus más extravagantes instantes de deleite.
Sería algo cómo:
-ai!ytambiénmeencantacuandohagoqueunamos-
casalgaporlaventanasinmatarla.

Así pues, este es mi método para encontrar personas que merecen la pierna, y aunque sea de terrícola cretina hacer tal limpieza dogmática, a todos nos gusta encontrar gente parecida a nosotros (:





sábado, 13 de marzo de 2010

Le bain de Cléopâtre

Bañarte en una piscina llena de leche entera, parece ser, que era uno de los quehaceres diarios de la dama de Egipto, uno de sus placeres cotidianos que permitía que su piel no degenerara en papel de lija con el paso de los años.

Yo me imagino bañarme en leche humeante... y me dan ganas de potar la verdad. Porque pensad, cuando la leche hierve se forma esa telita que parece placenta de mamut putrefacta y se te metería en los ojos y en la nariz al respirar y te pringaría el pelo como si un suricato gigante se hubiera corrido en tu cabeza.

Pero a pesar de estos pensamientos llenos de escrúpulos, me encantaría estar presente en una de sus sesiones de belleza, fundamentalmente por conocer a su estupenda leona.


Espero que os guste y os partais vuestros respectivos ojetes. (:

PD. Brindemos por las fantásticas series de pelis VHS que nos ofreció La Verdad en nuestra infancia.

jueves, 4 de febrero de 2010

La increíble niña ambulante .- Episodio 1

Paseaba por las calles de aquel pueblo que olía a ruido de agua, a verano y a los secretos que guarda el musgo en los rincones y escuché un "habíaunavez".
Y este aviso interestelar me sirvió para tener ahora en los bolsillos una historia guardada para contaros.

Así que, con o sin permiso de autor, os contaré que había una vez una niña espectacular, y no porque tuviese un hermoso y enorme culo, sino porque sabía hacer cosas grandiosas.

Era una niña peculiar. Era alérgica al azúcar; cuando lo comía, ya fuese chupándose el dedo tras recoger la substancia grano a grano o vaciándose directamente la azucarera por el orificio bucal, estornudaba azúcar "glas".

Por ese motivo, la llamaban de todos los colegios para que hiciera la nieve en los teatros de invierno, y todos los pasteleros de la provincia tenían su dirección apuntada en sus raídas y valiosas guías de contactos.

viernes, 22 de enero de 2010

Cactus R.I.P.

A veces, está bien ser frío, intentar con todas tus fuerzas que lo que venga hacia ti, no te toque, sólo te resbale, como una gota de lluvia sobre un impermeable.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

elSabinaestemenloquece


Parte Meteorológico - Joaquín Sabina

Se anuncia entre los dos tiempo inestable

asoman a tus ojos las tormentas,

por la noche es probable

que el viento sea variable,

que me quieras… y luego te arrepientas.


La isobaras ven hielo en tus venas

y en tu pañuelo un mar que se sofoca

y auguran las antenas

que harán falta cadenas

para subir al puerto de tu boca.


Besarte es desatar un huracán

que suba en el termómetro el mercurio,

algunas nieves dan

calor cuando se van

fundiendo entre el desierto y el diluvio.

(...)

Lo malo es que después la gota fría

se instala entre mis huesos y los tuyos,

corrige mi alegría

la noche de aquel día

que me condena al páramo y al trullo.


Caerá un rayo en mi torre de Babel,

arrasarán las plagas y la hambruna,

vendrán lunas de hiel,

a devastar mi piel

si el desamor no encuentra su vacuna.

(...)


* ¿Sabéis que el Ojo del Huracán es la zona más calmada de todo este torbellino de fantasmas bastardos? Si en un instante te encuentras en ese punto puedes observar las hélices que describe el movimiento de las nubes, o seguir la trayectoria de una oreja que sobresale entre el pelo (cosa que odio) cuando se anima a bailar el Vals de la Ingravidez.

Últimamente, me veo rodeada de meteorología, de tiempo cambiante y sonante, en el que dejarse llevar (:


martes, 24 de noviembre de 2009

Somnolienta


Y de repente, recostada en la colcha de un tal "REM", comenzó nuestro viaje.

Aterrizamos en medio de la nada, cargados con mochilas y un destino señalado en el subscosciente. Dicho lugar no quería ser nombrado por los vecinos de aquella extraña urbanización ubicada en medio de una carretera sin sentido. Sin embargo, uno de ellos, un hombre de bigotes largos y descuidados, alzó su voz socarrona y nos indicó la dirección que deberían seguir nuestros pasos; al poco tiempo, una nube de represalias y reproches por parte de sus vecinos engulló su burdo timbre de voz.

Éste fue el primer momento en el que me mosqueé, pues indicar un camino no es ningún crimen, o eso pensaba yo hasta el momento.
Así pues, nos dirigimos hacia aquel pueblo innombrable por muchos y nombrado por muy pocos.
Al llegar allí nos encontramos en un torbellino de gente, en un sumidero de caos e inminencia. No nos dio tiempo a intercambiar estas sensaciones ni siquiera cruzando nuestras miradas fugazmente, pues entre el gris y polvoriento cielo surgieron varias manos de manga uniformada que nos engancharon de nuestros abrigos y nos organizaron en distintas filas de personas con rostros difuminados por el pánico.
Todo era demasiado rápido, y la comprensión de dicha situación se nos escapaba de la palma de la mano como un pez inquieto recién sacado del mar.

El camino hacia esas habitaciones fue como un parpadeo, como un shock luminoso en el que justo antes de ser consciente de la oscuridad que te rodea te topas con una luz cegadora.
Miré a mi alrededor, y pude analizar el espacio en el que me encontraba.
Era una habitación en la que tres de sus paredes junto con el techo eran de ladrillo y yeso y la pared restante consistía en un cristal que no llegaba totalmente hasta el suelo, si no que dejaba una rendija por donde el aire pasaba obstaculizado por las partículas que teñían el cielo de ansiedad.
En frente se encontraba una habitación con las mismas características excepto en un detalle, el cristal de la cuarta pared sí llegaba hasta el suelo. Ambos receptáculos estaban separados por un metro de suelo arenoso y dispuestos de forma que ambas paredes de cristal quedaban enfrentadas. En la habitación que observaba frente a mí se encontraban todos mis amigos, intercambiando plácidamente comentarios sobre lo hecho polvo que tenían el dedo meñique del pie después de tremenda caminata.

La rareza de la situación aumentó cuando giré la cabeza y mis ojos observaron a las personas que me acompañaban en la habitación en la que, en el caso de que existiera un espejo, sería mi cara el único rostro familiar. Mis pupilas barrieron el suelo, y a su paso encontraron a seres humanos cuyos movimientos espasmódicos apenas les permitían avanzar. En la oscuridad de las esquinas varias cabezas intentaban arrancar de la desconchada pintura la calma para su delirio, emitiendo sonidos bruscos, guturales y constantes acompañados de un balanceo psicótico.
Mi angustia no cabía en esa habitación, y las preguntas de ¿qué coño hago yo aquí?, ¿por qué todos mis amigos ni se han percatado de que no estoy con ellos? o similares no me dejaban pensar e intentar buscar una explicación a dicha escena desalentadora y angustiosa.
Intenté tranquilizarme respirando un aire que cada vez se me hacía más espeso y escaso y me esforcé en aislar mis sentidos de las voces, de las convulsiones epilépticas o de los ojos desafiantes que se fijaban en mí.

De repente, noté el contacto sutil de un dedo en mi muslo, miré hacia esa dirección y encontré la cara de una niña de unos seis o siete años. La miré fijamente aguantando su mirada y esforzándome en encontrar la solución al enigma de por qué sus rasgos estaban grabados en alguna parte de mi memoria. La seguí mirando mientras ella me sonreía y entonces noté que el aire entraba en mis pulmones con mayor eficacia.

A los pocos segundos empezó a temblar el suelo y a volverse fangoso, miré a través del cristal y vi cómo la arena se convertía en un barro espeso que circulaba violentamente chocando con cada uno de los objetos o seres con los que se encontraba y describiendo un movimiento similar al de un torbellino. Poco a poco la habitación en la que nos encontrábamos aquella niña de ojos profundos y yo empezó a inundarse de ese barro que atravesaba la rendija de la pared acristalada. Miré a mis amigos, y me fijé en que en su habitación no ocurría lo mismo.
Mi corazón y mi mente iban muy rápidos, me acordé de la reacción de los vecinos de aquella urbanización y de su recelo a la hora de indicarnos una dirección y sólo tuve la necesidad de escapar pues atando cabos descubrí que en aquel lugar el mundo terminaba y volvía a empezar cada semana y que sólo la gente de la habitación en la que estaban mis amigos se salvaba de ser devorado por ríos de fango y olvido. Empecé a buscar cualquier posible ventana o puerta camuflada en el muro, rastreé cada centímetro de pared en busca de alguna oquedad que había sido mal tapada y tras unos minutos encontré una salida.
Cogí a la niña y escapé.

Al salir de esas cuatro paredes me encontré navegando en un mar de barro y oí en la lejanía gritos que salían de aquellos hombres uniformados y vislumbré dedos que me señalaban, tenía que esconderme.
No sé cómo llegué una casa que aún no había sido derrumbada por el maremoto de barro, abrí y encontré a una anciana que no paraba de hablar, y qué se dirigía hacia a mí como Luisa, más tarde comprendí que me había confundido con su hija y su comportamiento incoherente me hizo suponer que se trataba de una mujer demente.
Encontré un viejo armario, amplio donde escondernos la pequeña y yo. Esperé, y aunque sabía que no era seguro, yo la abrazaba y sentía que ya estábamos a salvo. Escuché que llamaron a la puerta, escuché voces masculinas indicando el registro de la casa, escuché a la anciana seguir con su discurso falto de juicio y por último escuché rugir a la Tierra, mientras todo era absorbido por la oscuridad.






Apunte: Esto es un sueño. Lo tuve hace unos meses, y me impactó mucho. Como en todos los sueños hay cosas que no encajan, situaciones inconexas que he intentado remendar.
A pesar de todo esto, de la angustia que experimenté mientras soñaba, me quedo la fuerza y con las ganas de sobrevivir.

Bon apetit!

miércoles, 28 de octubre de 2009

Secuestro a mierda armada

¿Hacemos un trato?
Sólo hay una condición... tener claro el objetivo y querer llegar juntos.

Yo te daré la mano cuando escuches sin peros lo que un viaje pudo ser para mí,
yo te untaré las tostadas que una vez se quedaron frías entre llamadas y efímeros "sin tí"
yo te miraré a los ojos y me dejaré secuestrar hacia alguna abandonada máquina de tren,
sólo si agachas la cabeza un momento, piensas de una vez,
y arrancas cada una de las costras que amanecieron en nuestra habitación...
entonces
tú me darás la mano y podrás hacerme reír, hablar de irrenvencias y sutileces,
intentar hacer rimas y memeces,
como un ratón en un huracán de uñas, huellas dáctiles, labios y pupilas...
un auténtico mequetrefe.