Aterrizamos en medio de la nada, cargados con mochilas y un destino señalado en el subscosciente. Dicho lugar no quería ser nombrado por los vecinos de aquella extraña urbanización ubicada en medio de una carretera sin sentido. Sin embargo, uno de ellos, un hombre de bigotes largos y descuidados, alzó su voz socarrona y nos indicó la dirección que deberían seguir nuestros pasos; al poco tiempo, una nube de represalias y reproches por parte de sus vecinos engulló su burdo timbre de voz.
Éste fue el primer momento en el que me mosqueé, pues indicar un camino no es ningún crimen, o eso pensaba yo hasta el momento.
Así pues, nos dirigimos hacia aquel pueblo innombrable por muchos y nombrado por muy pocos.
Al llegar allí nos encontramos en un torbellino de gente, en un sumidero de caos e inminencia. No nos dio tiempo a intercambiar estas sensaciones ni siquiera cruzando nuestras miradas fugazmente, pues entre el gris y polvoriento cielo surgieron varias manos de manga uniformada que nos engancharon de nuestros abrigos y nos organizaron en distintas filas de personas con rostros difuminados por el pánico.
Todo era demasiado rápido, y la comprensión de dicha situación se nos escapaba de la palma de la mano como un pez inquieto recién sacado del mar.
El camino hacia esas habitaciones fue como un parpadeo, como un shock luminoso en el que justo antes de ser consciente de la oscuridad que te rodea te topas con una luz cegadora.
Miré a mi alrededor, y pude analizar el espacio en el que me encontraba.
Era una habitación en la que tres de sus paredes junto con el techo eran de ladrillo y yeso y la pared restante consistía en un cristal que no llegaba totalmente hasta el suelo, si no que dejaba una rendija por donde el aire pasaba obstaculizado por las partículas que teñían el cielo de ansiedad.
En frente se encontraba una habitación con las mismas características excepto en un detalle, el cristal de la cuarta pared sí llegaba hasta el suelo. Ambos receptáculos estaban separados por un metro de suelo arenoso y dispuestos de forma que ambas paredes de cristal quedaban enfrentadas. En la habitación que observaba frente a mí se encontraban todos mis amigos, intercambiando plácidamente comentarios sobre lo hecho polvo que tenían el dedo meñique del pie después de tremenda caminata.
La rareza de la situación aumentó cuando giré la cabeza y mis ojos observaron a las personas que me acompañaban en la habitación en la que, en el caso de que existiera un espejo, sería mi cara el único rostro familiar. Mis pupilas barrieron el suelo, y a su paso encontraron a seres humanos cuyos movimientos espasmódicos apenas les permitían avanzar. En la oscuridad de las esquinas varias cabezas intentaban arrancar de la desconchada pintura la calma para su delirio, emitiendo sonidos bruscos, guturales y constantes acompañados de un balanceo psicótico.
Mi angustia no cabía en esa habitación, y las preguntas de ¿qué coño hago yo aquí?, ¿por qué todos mis amigos ni se han percatado de que no estoy con ellos? o similares no me dejaban pensar e intentar buscar una explicación a dicha escena desalentadora y angustiosa.
Intenté tranquilizarme respirando un aire que cada vez se me hacía más espeso y escaso y me esforcé en aislar mis sentidos de las voces, de las convulsiones epilépticas o de los ojos desafiantes que se fijaban en mí.
De repente, noté el contacto sutil de un dedo en mi muslo, miré hacia esa dirección y encontré la cara de una niña de unos seis o siete años. La miré fijamente aguantando su mirada y esforzándome en encontrar la solución al enigma de por qué sus rasgos estaban grabados en alguna parte de mi memoria. La seguí mirando mientras ella me sonreía y entonces noté que el aire entraba en mis pulmones con mayor eficacia.
A los pocos segundos empezó a temblar el suelo y a volverse fangoso, miré a través del cristal y vi cómo la arena se convertía en un barro espeso que circulaba violentamente chocando con cada uno de los objetos o seres con los que se encontraba y describiendo un movimiento similar al de un torbellino. Poco a poco la habitación en la que nos encontrábamos aquella niña de ojos profundos y yo empezó a inundarse de ese barro que atravesaba la rendija de la pared acristalada. Miré a mis amigos, y me fijé en que en su habitación no ocurría lo mismo.
Mi corazón y mi mente iban muy rápidos, me acordé de la reacción de los vecinos de aquella urbanización y de su recelo a la hora de indicarnos una dirección y sólo tuve la necesidad de escapar pues atando cabos descubrí que en aquel lugar el mundo terminaba y volvía a empezar cada semana y que sólo la gente de la habitación en la que estaban mis amigos se salvaba de ser devorado por ríos de fango y olvido. Empecé a buscar cualquier posible ventana o puerta camuflada en el muro, rastreé cada centímetro de pared en busca de alguna oquedad que había sido mal tapada y tras unos minutos encontré una salida.
Cogí a la niña y escapé.
Al salir de esas cuatro paredes me encontré navegando en un mar de barro y oí en la lejanía gritos que salían de aquellos hombres uniformados y vislumbré dedos que me señalaban, tenía que esconderme.
No sé cómo llegué una casa que aún no había sido derrumbada por el maremoto de barro, abrí y encontré a una anciana que no paraba de hablar, y qué se dirigía hacia a mí como Luisa, más tarde comprendí que me había confundido con su hija y su comportamiento incoherente me hizo suponer que se trataba de una mujer demente.
Encontré un viejo armario, amplio donde escondernos la pequeña y yo. Esperé, y aunque sabía que no era seguro, yo la abrazaba y sentía que ya estábamos a salvo. Escuché que llamaron a la puerta, escuché voces masculinas indicando el registro de la casa, escuché a la anciana seguir con su discurso falto de juicio y por último escuché rugir a la Tierra, mientras todo era absorbido por la oscuridad.
Apunte: Esto es un sueño. Lo tuve hace unos meses, y me impactó mucho. Como en todos los sueños hay cosas que no encajan, situaciones inconexas que he intentado remendar.
A pesar de todo esto, de la angustia que experimenté mientras soñaba, me quedo la fuerza y con las ganas de sobrevivir.
Bon apetit!